lunes, 14 de noviembre de 2011

El arte del "Todo vale"

Patricia Vasco Campos

Grupo 110

JIMÉNEZ, José: “Arte es todo lo que los hombres llaman arte”, en Teoría del Arte. Madrid. Editorial Tecnos Alianza. 2002.


La afirmación de que algo es artístico es completamente subjetiva puesto que no hay una definición exacta de lo que es “arte”. Utilizando esto como argumento central, José Jiménez recalca lo complicando que es definir el sentido del “arte” en su sentido más puro en su artículo Arte es todo lo que los hombres llaman arte. Nadie hasta el momento ha podido dar una definición única y explícita sobre la concepción de este término. Esto da a entender que la idea de arte es algo abstracto y como tal, pueden incluirse en él elementos varios sin que nadie pueda espetar que no pertenecen a esa rama. El arte es un “todo vale” desde el punto teórico, aunque en la realidad cada espectador tiene una concepción muy clara de lo que significa para él esta expresión.

A muchas “obras de arte” les falta la producción, la realización, la elaboración, lo que los griegos llamaban “poíesis”. Por lo tanto, no dependen del artista, de su creatividad, de su imaginación, de su sensibilidad, sino únicamente de los ojos que miran y del renombre que tenga el artista, puesto que el público, por no quedar en completo ridículo ante una creación de un artista famoso, decide divagar y pensar que son obras de arte cuando, quizá, la exposición sea una simple crítica a la incultura del espectador. Así, el Cuadro Negro de Kasimir Malevich se ha hecho tan famoso, no es la obra en sí lo que ha hecho de ella una obra de arte, sino lo que la gente ha dicho de ésta. Este tema fue abordado por Susan Sontag en su Argumento sobre la belleza, donde se plantea este problema de ignorancia y de falta de crítica ante las distintas exposiciones, una falta total y absoluta de opinión ante lo que se tiene delante.

Todos los días se encuentran periódicos donde la gente envía sus creaciones para que todos puedan admirarlas mientras van leyendo en el tren de camino a sus quehaceres o mientras se toman el desayuno y, sin embargo, estas imágenes no captan la atención del lector más de cinco segundos, antes de pasar la página y volverse a encontrar con otra imagen que de nuevo se pasará por alto. Pero, ¿y si la fotografía estuviera expuesta en una galería? La gente se quedaría al menos unos minutos observándola con detenimiento esperando descubrir lo que el autor ha querido capturar.

Otros aspectos también han permitido una nueva consideración de la obra de arte. Al poder reproducir la imagen tantas veces como se quiera (a través de fotografías, en los buscadores de Internet, en las revistas…) las obras de arte van perdiendo su valor. Esta es la opinión de John Berger en Modos de ver. Otros grandes nombres del mundo de la filosofía y la crítica como Walter Benjamin están de acuerdo con esta afirmación. Para Benjamin, la industria de la reproducción se lleva una parte imperceptible de cada obra de arte, algo que corresponde al contexto en el que se han llevado a cabo y que probablemente sólo encuentra significado pleno en el autor de las mismas. Se pierde el sentido: la reproducción es idéntica pero la copia carece de algo que Ortega en La deshumanización del arte (1925) enuncia así: “Un cuadro, una poesía donde no quedase resto alguno de las formas vividas, sería ininteligible, es decir, no serían nada, como nada sería un discurso donde a cada palabra se le hubiese extirpado su significado habitual”.

Para el filósofo alemán, la posibilidad de repetir una y otra vez una misma obra de arte consigue que el público la vaya adoptando como propia y acabe por interiorizarla y aceptarla como objeto artístico, aunque en un primer momento la rechazara. “La reproductibilidad técnica de la obra artística modifica la relación de la masa para con el arte. De retrógrada, frente a un Picasso por ejemplo, se transforma en progresiva, por ejemplo cara a un Chaplin. Este comportamiento progresivo se caracteriza porque el gusto por mirar y por vivir se vincula en él íntima e inmediatamente con la actitud del que opina como perito. Esta vinculación es un indicio social importante. A saber, cuanto más disminuye la importancia social de un arte, tanto más se disocian en el público la actitud crítica y la fruitiva. De lo convencional se disfruta sin criticarlo, y se critica con aversión lo verdaderamente nuevo”, comenta Walter Benjamin en La obra de arte en su época de reproductibilidad técnica.

Cuando una obra de arte se expone, la concepción del espectador se torna menos crítica. ¿Es verdaderamente la escultura Fontaine de Marcel Duchamp una obra de arte? Llegados a este punto conviene pararse a reflexionar ante las dos posibilidades que se abren: que no se sepa valorar el arte cuando no se tiene bajo una vitrina o que ahora “todo valga” y, como bien dice el título del capítulo estudiado, “arte es todo lo que los hombres llaman arte”.

Las dos alternativas son igual de peligrosas. Que los hombres no valoren lo artístico si no se les dice que es arte es algo funesto para el desarrollo de éste puesto que el público se convierte en un rebaño de ovejas y obedece a lo dicho por los pastores (los artistas). Por tanto, los verdaderos artistas tendrán que luchar, no sólo contra una sociedad ignorante, sino también con personas que se hacen llamar “artistas”. En contraposición a esto, que “todo valga” tampoco es bueno puesto que no todo es arte y si no existe una diferencia no tendría sentido hacer nuevas creaciones porque bastaría irse al campo y observar cómo pastan los caballos para ver en ello algo artístico, eso sí, esta vez sin la firma de ningún autor.

Es muy importante conocer lo que es “arte”, no tanto como una definición estricta, sino más bien como una definición propia. Así, el propio público (si tuviese este criterio) rechazaría muchas de las producciones que hoy son consideradas “obras de arte”. El autor se daría cuenta de ello y dejaría de ir por ese camino que es evidente que no ha funcionado. De este modo, al crear el público mismo una definición de lo artístico (sin llegar a ponerle límites), la puerta a nuevas técnicas e ideas quedaría abierta para los artistas y éstos, al mismo tiempo, sabrían que se ha acabo el tiempo de vivir del cuento.

La publicidad no se ha quedado atrás con respecto al arte. Algunos anuncios son considerados artísticos y, cierto es, no sin merecerlo. Se valen en muchos casos de obras ya consagradas para llamar más la atención del público. Sin embargo, su actividad no se ha centrado únicamente en este punto, sino que también ha influido de forma espectacular en la sociedad actual y, como consecuencia, también en el arte.

La sociedad de consumo no sólo se puede apreciar en la necesidad de comprar productos que no son necesarios, sino también en que se pretende masificar, hacer llegar a todo el público todos los productos. No importa si ya se tiene el producto, más tarde llegará la necesidad de cambiarlo de color, de forma, poseer el nuevo modelo o alguna aplicación distinta. No únicamente se han conseguido generalizar las compras sino también que se siga la tendencia de “multiplicar” todo lo que se tiene alrededor. Existe la necesidad de querer siempre más y, por eso mismo, el arte ha encontrado una nueva puerta: todo vale porque todo se quiere.

Esto no es nuevo. Ya en el siglo XV, con el desarrollo de la pintura al óleo, se describían con total veracidad las cosas tangibles, todo aquello que se podía tener entre las manos. Por eso mismo esta pintura tuvo tanto auge: representaba fehacientemente. Aquí es donde radica la mayor diferencia con respecto a la publicidad: en la pintura al óleo se mostraba lo que su dueño estaba disfrutando ya, lo que poseía, para sentirse orgulloso de ello; mientras que en la publicidad se juega con el ensueño, con lo que se podría tener o en lo que uno se podría convertir si comprara los productos que se ofrecen. John Berger diría en su libro Modos de ver: la publicidad es la vida del capitalismo.

La publicidad condiciona a la mayoría de la población. Todos están bombardeados por miles de imágenes y de anuncios al día. Aunque haya gente que no caiga apenas en las redes de este nuevo método de compromiso con respecto al consumo, al final siempre son corroídos por éste de una u otra manera. Los anuncios consiguen que se llenen sus casas de artículos que, muchas veces, ni se llegan a estrenar. Las mujeres tienen distintos tipos de crema para que cada parte de su cuerpo; los hombres, se empeñan en cambiar de automóvil cada cierto tiempo porque cada mes hay coches mejores. Y así hasta que la publicidad quiera.

A día de hoy se consume mucha publicidad basada en las antiguas y clásicas obras de arte, usando los ejemplos de las esculturas griegas para adoptar las mismas poses, creando una imagen que resulta más familiar de lo que gustaría reconocer. El capitalismo que genera la publicidad, las ansias de poder poseer todo lo que se quiere es lo que hace que el arte se expanda de una manera estrepitosa: se han quedado cortas las obras de la antigüedad y en la actualidad se necesitan nuevas cosas que “tener” al menos en la vista durante un instante.

Así, todo se masifica y “todo vale” porque todo se quiere. No hay criterio, es una especie de síndrome de Diógenes en el arte: no importa si es bueno o malo, a mí me sirve. La desaparición del valor cultural de los objetos artísticos favoreció la reproducción de las obras artísticas, pero también eliminó con esta democratización del arte, como dijo Walter Benjamin, “el instante, lo inaproximable, la manifestación irrepetible de esa lejanía”.

Cada época ha entendido como “arte” cosas muy diversas. Sin embargo, el problema reside en que en muy poco tiempo se han adquirido muchas nuevas formas de crear arte (fotografía, publicidad, cine, cómic…) y que ha producido la dificultad de diferenciar lo que es arte de lo que es innovación. “Pretender delimitar qué es una obra de arte es una empresa vana, condenada al fracaso”, como diría el propio José Jiménez. De ahí el problema de que una fotografía de algo cotidiano como la escultura antes citada de Duchamp sea consideraba una obra de arte. No sólo la escultura en sí es arte, ahora también su representación fotográfica. Ya va siendo el momento de dejar de “hacer” arte y empezar a “crearlo”.

“Experiencia y estudio, estos son los preliminares del que hace y del que juzga. Exijo después sensibilidad”, dijo Diderot. De este modo no sólo se necesita conocer la teoría de cómo crear una buena exposición, sino también se tiene que ser sensible a lo que se crea. Los artistas siempre han sido considerados como gente sensible, mientras que ahora parece que esa cualidad se está perdiendo. ¿Ahora qué cualidad es necesaria para ser considerado un artista? La respuesta es simple: ninguna.

Todas estas nuevas formas de creación muestran un arte vivo, no anclado a lo clásico, un arte dinámico y ligado a la vanguardia. Esto es lo que muchos artistas han querido plasmar en sus obras: la vitalidad del arte. Sin embargo, no hace falta resaltar la vida para darse cuenta de que el arte no ha muerto. Ver caballos en un establo no demuestra que el arte esté vivo, pero sí que se demuestra cuando se hacen nuevas exposiciones y la gente se amontona en las puertas para entrar a verla. “El hombre debe ser definido como un artista universal”, diría Ficino. Con esto pretende expresar que todos pueden crear, que todos son artistas desde siempre y para siempre, aunque no todo el mundo sepa hacerlo. Todos son artistas, pero no todos pueden serlo. Parece que la sociedad está siguiendo lo dicho que ya en el siglo V adelantó Casiodoro: “Nosotros podemos hacer, pero no podemos crear”.





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