domingo, 23 de octubre de 2011

El arte en la memoria

Espacio Imantado. Lygia Pape                Museo Nacional. Centro de Arte Reina Sofía    Edificio Sabatini. Santa Isabel  52

Por: Amanda Valdés Sánchez

Resulta curioso cómo la experiencia artística se introduce en nuestras vidas, a veces sin dejar apenas huella y otras ofreciéndonos sensaciones completamente renovadoras. El arte contemporáneo es especialmente ilustrativo en cuanto a esta dicotomía. Algunas tendencias o artistas buscan la complicidad del espectador, invadiendo su cotidianidad. Es el caso de Lygia Pape, cuya obra, resumida ahora en la exposición Espacio Imantado, brinda al espectador la oportunidad de experimentar e interactuar con una obra abierta, empática, que explora la concepción del tiempo y el espacio como bases de la experiencia vital.
Al tiempo que se ofrece al visitante los desarrollos y evolución de la artista entorno al neo concretismo brasileño, la exposición despliega un abanico de posibilidades de cómo relacionarse con el espectador. Las primeras obras, más estáticas, conservan una actitud decimonónica frente a éste, mientras que los Bales neoconcretos o la performance Divisor, destacan por la vivencia de la obra, ofrecen la experiencia del tránsito y de la comunión de la multitud respectivamente. En esta primera, la artista alude al mundo de la danza, realizando una analogía entre el pulso del movimiento sincopado del baile y el discurrir del visitante entre las piezas y el espacio, ya que el sentido reside en la experiencia, como el baile en el fluir de la música a través del tiempo y del cuerpo deslizándose en el espacio.
Especialmente incluyentes son también sus obras cinematográficas en las que la artista reflexiona sobre cuestiones de tipo antropológico, como la antropofagia, que remite a la dualidad entre la gula y la lujuria, o las visiones sociológicas del hombre y el espacio. Frente a esta obra el espectador ha de rescatar el significado y dotar al conjunto de ciertas connotaciones propias de él, participando así a través de la interpretación, de su creación.
Las últimas obras de Pape buscan un sentido poético, se impulsan por un especial amor por el espacio, por su desarrollo alusivo a la danza y a la luz. En su obra Ttéias replanteada de diversas formas desde 1977, Pape muestra el culmen de su sensibilidad espacial, alcanzando la abstracción total del espacio poético. La pieza posee una fuerte simbología vital. En ella  habita un deseo por la contemplación de la luz surcando el aire, regodeándose en el vacío, a la vez que en ella residen reflexiones metafísicas sobre la vida y la muerte. Esta poesía del placer vacuo, profundamente elegiaca, guarda dentro de sí otras interpretaciones. Las redes luminosas dialogan en el espacio, estructurando el vacio tal y como lo hace la artista con el espectador. La conexión se vuelve física, como su obra, es entonces cuando el contacto se hace memorable. El espectador recuerda el roce, la caricia, el encuentro, la tímida visión de la desnudez del artista. Su mirada se transforma contaminada por la suya, la realidad se amplía, se embellece, cobra un carácter más complejo, de algún modo diferente. Su obra parece ahora pertenecerle. Inconsciente se cree conocedor de ella. Cada imagen toma arrasadora su mente. Surge entonces el recuerdo.

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