Categorías. Abierto x obras. Jorge Perianes Matadero. Paseo de la Chopera, 14
Por: Amanda Valdés Sánchez
“La arquitectura - como decía Le Corbusier - es el juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes bajo la luz” y este lúdico tránsito de la luz entre las formas es una de las más potentes maneras de conmover al ser humano. Es así que la obra de Jorge Perianes tiene fuerza, por cuanto tiene de arquitectura.
El espacio magnífico de la antigua cámara frigorífica del matadero, ofrece al autor la mejor base para trabajar. En su interior, Perianes plantea una pieza que transforma el espacio sobrecogedor y monumental con el calor de la escala humana y la calma de la domesticidad. En este ambiente el espectador se siente envuelto por la seguridad de la casa, a la vez que se despierta en él la melancolía romántica ante la ruina, lo antiguo y lo misterioso, como quien encuentra una estancia nueva en su antigua casa o viejas cajas llenas de recuerdos.
Perianes divide formalmente la sala en dos espacios diferentes. Esta dicotomía nos invita a lecturas conceptualistas y abstractas. Pero más allá de los planteamientos conceptuales sobre las dos caras de la casa: el sótano y el desván, o las reflexiones filosóficas acerca de las categorías y los procesos de pensamiento, la fuerza de la pieza se encuentra en su tridimensionalidad, en la posibilidad de que el espectador experimente directamente la obra.
El tránsito, tanto por debajo como por encima de la instalación, añade incluso una cuarta dimensión, el tiempo. A lo largo de este paseo el espectador experimenta una serie de sensaciones vinculadas a la luz, el espacio y a su vez, a sentimientos como la curiosidad, el confort, la nostalgia y el desasosiego ante una estructura de dudosa estabilidad. El artista ofrece así una experiencia similar a la que Le Corbusier denominaba “le promenade architecturale”, la posibilidad de sentir y acumular una sucesión de impresiones, movidas por la arquitectura. Y ésta se enriquece en tanto que Perianes retrata dos espacios diferentes: el superior, en el que la magnificencia del techo, digno de los monumentales espacios de la obra de Piranesi, junto a una muy acertada iluminación, ofrece al espectador impresiones contrastantes con la oscuridad y la sombra de la parte inferior, más cercana a la ruina o la obra en construcción. Esta dualidad arquitectónica brinda al espectador dos formas de percibir el espacio, de sentirlo y evoca sensaciones de tipo emocional o poético, más que grandes cuestiones de la metafísica. La obra invita a disfrutar del espacio, a deleitarse con el resplandor entre la madera y las paredes calcinadas, a sentir el placer vacuo. Y es que, como decía el arquitecto Gilles Ivain, “la arquitectura es la forma más sencilla de articular el tiempo y el espacio, de modular la realidad, de hacer soñar. No sólo es una articulación y una modulación plásticas, que son la expresión de una belleza pasajera, sino también una modulación influencial, que se inscribe en la curva eterna de los deseos humanos y de los progresos en la materialización de dichos deseos”.
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