Ribbons, Galería La Caja Negra. C/ Fernando VI, 17 2ºIzquierda.
My Ross Island, Galería Max Estrella. C/ Santo Tomé, 6.
Ana Rodríguez Zárate.
Nico Munuera (Lorca, 1974) presenta "Ribbons" y "My Ross Island" en Madrid. A pesar de que en ambas exposiciones se juega con el color, los paisajes nevados y el sentido rectangular de las piezas, en ellas se respiran ambientes completamente diferentes.
En la primera es utilizado el papel pintado y, en algunas ocasiones, también el cartón. Se presentan en un ambiente acogedor y familiar y con una dinámica de líneas de colores verticales, que pueden recordar la iconografía de banderas.
A mi parecer, da la sensación de encontrarte en un apartamento cosmopolita en el que cada una de las diferentes personas que han pasado por él, han querido dejar su huella, plasmando en la pared el sello artístico de la república independiente del individuo. Estas marcas son variopintas, habiéndolas más o menos grandes o llamativas, pues bien se sabe cuán de amplia puede llegar a ser la psicología humana. Hay incluso, alguno que se ha atrevido a plasmar su estancia con diapositivas.
Toda esta utopía, enmarcada con suelos de madera cálida, de ventanas monumentales que dejan entrar el sol, y unas puertas abiertas de par en par que dan lugar a un guapo y agradable recepcionista, entregado donde los haya; no podía ser así de perfecta, y es que el autor ha creado una especia de entrada al infierno, con una gran maquinaria la cual ordena el funcionamiento de un apartamento feliz. Una ordenación maquiavélica se esconde, apareciendo los cálculos pensados en la organización de esa aparente contribución de los huéspedes, teniendo en cuenta las horas de luz y unos experimentos de degradación del color a la que han tenido que someterse las distintas repúblicas.
Por el contrario, la segunda exposición nombrada, crea un efecto completamente diferente. Tras unas puertas cerradas y con dos recepcionistas que distan del nivel mínimo de cortesía, aparece un mundo congelado y completamente frío. Aparecen piezas monumentalmente grandes y que aparentemente invitan a la soledad y al desconcierto. El mismo lugar te congela los huesos con bloques blancos, que dividen la sala en dos, para aislarte de un sitio a otro. Las piezas insinúan la nieve virgen al no mostrar ningún tipo de barrido al haber sido extendida la pintura. El milagro ocurre cuando te das cuenta que las columnas de la sala tienen oquedades que te permiten ver el otro lado, y que las masas blancas dejan entrever toques de color a modo de grietas, en sentido ascendente. Hay una esperanza de vida entre tanto hielo, al igual que siempre nos queda un margen de confianza para creer. La esperanza es lo último que se pierde, y es a lo que nos tenemos que aferrar cuando nos encontremos en el paraíso más infernal o en el abismo más acogedor.
Y es que, no todo es blanco o negro; siempre hay un matiz de color que tenemos que encontrar para salvarnos. Probablemente, nosotros mismos hayamos servido de la gota de color que alguna vez alguien necesitó. Tenemos que resurgir, como grietas en el hielo, como el Ave Fénix.
¡Pon un toque de color en tu vida!
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