Nico Munuera
Galería Max estrella, My Ross Island.
C/ Santo Tomé, 6.
Galería La Caja Negra, Ribbons.
C/ Fernando VI, 17-2º Izq.
Por: Laura Ledesma Alarcón
¿Qué pasa cuando imaginamos o recordamos paisajes nevados, gélidos y los intentamos plasmar plásticamente? Que probablemente el primer color que nos venga a la cabeza sea el blanco. ¿Pero cómo conseguir que el blanco produzca emociones en el espectador, que cuente una historia, que nos implique en lo que ellos, como artistas, quieren expresar? Desde luego, es difícil. En la primera exposición que Nico Munuera nos presenta en Madrid, My Ross Island, el pintor se ha inspirado en viajes al Polo Sur para realizar sus lienzos y el resultado ha sido blanco por todos lados, a veces manchado con lo que a primera vista parecen aleatorias pinceladas de colores que se mezclan, pero que probablemente para Munuera tengan algún significado trascendental complicado de captar.
Si la intención del artista era transmitirnos un mensaje, expresar sus sentimientos o conseguir movernos de algún modo, en mi opinión, se ha quedado muy lejos de conseguirlo. Su obra es bella, pero repetitiva y fría. No hay nada que destaque sobre lo demás y llega incluso a ser aburrida no teniendo nada nuevo que aportar. Son lienzos que podrían funcionar por separado para decorar una estancia concreta o una casa, pero que juntos, llegan a cansar. Tras recorrer parte de la galería pasando de lienzo en lienzo sin encontrar ninguno especialmente atrayente, es posible que la frase que nos venga a la cabeza al contemplar otro nuevo cuadro de la habitación sea: “Vaya, más de lo mismo”.
En la masa blanca, quizá quepa destacar el efecto que los colores producen en los lienzos, rompiendo tímidamente con la rutina. Líneas y manchas desiguales policromadas, juegan con parecer a distancia monocromáticas, engañando a quién las mira de lejos. En algunos casos, la composición sencilla de los lienzos puede recordar a la sutileza y la elegancia de la pintura oriental en la que la ausencia de color son importantes, pero se queda en una mera reminiscencia.
La segunda exposición, a unas calles de distancia de la primera, es visualmente muy distinta. Titulada Ribbons, nos muestra una serie de cuadros en los que el blanco es, en su mayoría, inexistente. Colección muy colorida y hasta cierto punto llamativa, comparte, por desgracia, una característica con la primera: la monotonía. Una vez más, el avanzar de una estancia a otra sin encontrar nada sorprendente, te hace acabar rápido el recorrido. ¿Por qué esa mezcla de colores tan explosiva no consigue atraparnos como debería? La respuesta puede estar, por un lado, en la cantidad de lienzos del mismo tipo expuestos para ser vendidos, no para ser disfrutados por quien va a verlos, lo que nos lleva a ser presas de una saturación inevitable; y por otro, en la ausencia de búsqueda constante y la comodidad con la que el artista parece haber trabajado sus pinturas.
En conjunto, se podría decir que ambas exposiciones son repetitivas y carentes en su mayoría de vida ,en especial Ribbons (a pesar de su variedad cromática), lo que las hace prescindibles en una ciudad en la que las galerías y museos de arte abundan.
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