martes, 27 de septiembre de 2011

Allí donde se refugia el inconsciente:

Sanctuary. Gregory Crewdson.                 Galería La Fábrica.                               C/Alameda 9.

Por: Amanda Valdés Sánchez                                   

Nunca deja de sorprenderme como más allá de las teorías freudianas, los numerosos estudios de nuestro cerebro, los avances de la neurobiología y las infinitas disecciones sobre la complejidad de la mente, existen ciertas sensaciones que sólo podemos denominar como el inconsciente.  El inconsciente es todo aquello que no podemos definir: nuestros impulsos oníricos, las faltas espontáneas de la consciencia o la cordura, todo aquello de lo que nuestro yo consciente no puede o no quiere responsabilizarse. Por ello las imágenes como las concebidas por el artista norteamericano Gregory Crewdson inquietan y calman al mismo tiempo. Su nueva exposición “Sanctuary” es especialmente reveladora en este sentido.
La primera visión de estas obras evoca, a nuestro yo consciente, la cálida melancolía del viajero romántico, la fascinación por las ruinas como ese espacio en el que la indefinición permite que jueguen a gusto los fantasmas de la imaginación. Los paisajes retratados parecen entonces un santuario, un lugar de paz y sosiego donde el cuerpo descansa y la mente se recrea.
Tras esta primera toma de contacto aparece el inconsciente desestructurador, que encuentra en el mismo lugar caos y contradicción. Y es que esta serie de fotografías tiene, al igual que su obra pasada, marcados tintes surrealistas.  Pero Crewdson no consigue el efecto, como en otras de sus obras, a través de retratos del paradigma humano, con escenas estudiadas que parecen contar historias cargadas de metafísica, sino mediante un lugar indeterminado en el que reina la confusión. Como bien señala el autor, las fotografías desvelan la dualidad entre realidad y ficción, naturaleza y artificio, belleza y decadencia.
En esta nueva mirada la ruina romántica se transforma en un escenario de lucha ilusoria, entre el misticismo del símbolo y el espacio vacío que queda tras la pérdida de la magia, entre la obra del hombre y el poder de la naturaleza, entre la belleza evocadora y la destructora decadencia. Esta confrontación se hace material en las imágenes del abandono de un lugar tan mítico como los conocidos estudios de cine Cinecittá. Las imágenes encuentran su fuerza en la coexistencia de los restos de los decorados y los andamios, de las ruinas humanas amenazadas por una naturaleza incipiente, de la belleza irresistible que ofrece la imagen de la desidia marginal.
El cuerpo toma entonces la palabra en una especie de alocada sinestesia en la que desea estar allí donde la mente teme. Es cuando esta parte oscura de nosotros, lo que ingenuamente denominamos inconsciente, nos revela cómo la hostilidad de ese lugar nos atrae en un impulso autodestructivo. Es allí donde se sacia el impulso terrible del inconsciente, necesitado de contradicción, que encuentra la calma en el dolor, en lo precario. Donde nuestra identidad más temible queda descubierta y desvelamos con pavor que es en el inconsciente donde se halla la encarnación de nuestros mayores miedos: nosotros. Donde nuestra dualidad se desvanece, donde aceptamos la complejidad de nuestra naturaleza. Encontramos entonces nuestro santuario, allí donde se deleita la consciencia, allí donde se refugia el inconsciente.

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