martes, 27 de septiembre de 2011

Y... ¡corten!

Gregory Crewdson

Sanctuary

Galería La Fábrica, C/ Alameda 5, Madrid.

Por: Jesús Gómez Rubio


Atrás quedan las risas y las cámaras, el ruido ensordecedor y la ilusión adormecida. Los focos, han tocado a su fin y tras el éxito, llega el desvanecimiento.

El frío, la nostalgia y la melancolía, abordan a todo incauto espectador que contempla fijo la imagen sin saber muy bien qué decir, aunque con un único pensamiento, el de la soledad.

Así nos evoca a las calles ahora vacías de los estudios de Cinecittá, a los decorados enmugrecidos y a unos barrotes que reflejan el abandono del lugar. Los charcos ahora son parte del decorado, y actúan a modo de espejo donde se nos muestra un esplendor ahora extinto.

De esta manera, Gregory Crewdson, mediante un efecto visual de luces y sombras, de glamour y abandono, nos lleva a aquel maravilloso lugar en donde tantos clásicos se rodaron como: "La muerte tenía un precio" o "La pasión de Cristo" de Mel Gibson.

Atrás quedan los días felices de aquellos estudios que ahora forman junto con la naturaleza, un paisaje evocador de un pasado reciente, en el cual, podemos observar la superposición de edificios que crecen paralelamente detrás de aquellos estudios hoy en día con andamios y desolados.

Algo curioso a mi parecer, son las fotos tomadas de grandes puertas, iluminadas y abiertas de par en par como invitándonos a entrar, a presenciar en esos muros silenciosos las historias que allí ocurrieron, los enlaces prohibidos y los duelos a muerte.

Es quizá algo pintoresco y poético, pero el arte y la belleza no es nada más que lo que nosotros denominemos como tal, por lo que podríamos hacer un símil de estas fotos con algo metafórico y verídico como fue el incendio que se produjo en aquellos estudios en agosto de 2007. Este hecho, puede haber supuesto una nueva perspectiva para Crewdson, al introducir el blanco y negro en todo el conjunto de imágenes de modo que nos recuerden de una manera metafórica a ese incendio, en donde las sombras han sido ya pastos del fuego y ahora parecen extinguirse, y donde la luz recorre sin encontrar oposición alguna como si de una lengua de fuego latente se tratara, la cual arrasa las calles y todo lo que encuentra a su paso.

Por último, si cabe añadir algo, podría tratarse del sentimiento con el que se inició todo, el de soledad. Soledad que llega tras el vacío del gentío, tras acabar la función, al iniciar el principio del fin cuando el telón es corrido. Así, podemos hacer alusión de una manera simbólica a la mitología clásica, que al igual que este lugar, sigue latente a pesar del tiempo y nos hace remover en nuestra conciencia una sensación de pena, una angustia que palpita en una ciudad fantasma, casi lúgubre por los contrastes, sin llegar a olvidarnos que todo principio tiene un final preestablecido, y que Cronos, el dios del tiempo, devorará tarde o temprano todo aquello que es creado por el hombre, y que es efímero ante los ojos de la inmortalidad.

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