martes, 27 de septiembre de 2011

Sol que triste vela

Por Manuel Álvaro Mora

Gregory Crewdson.

Sanctuary

Galería La Fábrica, C/ Alameda 9, Madrid

“Debemos vivir fuera de las pasiones, de los sentimientos. En la armonía de la obra de arte lograda. En ese orden encantado. Deberíamos amarnos tanto como para vivir fuera del tiempo... distantes” (La Dolce Vita, 1960, Federico Fellini)

Así nos sentimos al entrar en ese mundo casi onírico, enclavado en una Roma vieja y con arrugas, de la que tantos grandes maestros del cine se han enamorado y han inmortalizado en un film de 16mm, y que Gregory Crewdson (1962, Brooklyn, Nueva York) ha plasmado en una serie de fotografías monocromáticas. Imágenes con las que juegas a ser un miembro de la resistencia durante la II Guerra Mundial, en las que haces turismo montado en una Vespa junto a una bella donna o en las que te bañas en fuentes legendarias a medianoche.

Crewdson consigue que nos paseemos por el fabuloso estudio Cinecittà de Roma creado durante el régimen fascista de Mussolini en 1937 y por cuyos sets se han paseado verdaderos iconos del cine clásico. Con estas 12 fotografías tan serenas y dramáticas al mismo tiempo, nos adentramos en una realidad presente pero tintada de una nostalgia y una añoranza pasada difícil de expresar con palabras.

Los decorados, algunos a medio acabar, esperan impasibles el paso de los años. Puertas abiertas, calles vacías, fuentes, agua estancada, rayos de luz que se cuelan por callejones y rendijas,… son los actores de esta escena que se repite día tras día y noche tras noche. Espacios cargados de melancolía y dispuestos a conmover a todo aquel que ose adentrarse entre sus callejones de historia. No se trata sólo de meras imágenes, sino más bien de ventanas al pasado, de las cuales esperas que alguien grite “¡Acción!”, que las cámaras empiecen a grabar y que los actores y actrices comiencen a recitar el guion. Pero por mucho que esperemos no saldrá nadie a nuestro encuentro, sólo el tiempo, único testigo presente de esos vestigios de grandeza, el cual permanece inmóvil acechando a su presa, ya que sabe que tarde o temprano caerá.

El color de las fotografías, blanco y negro de la vieja escuela, transmite un dramatismo que no se hubiera visto reflejado con imágenes a color. Le da un toque personal, como si se tratase de la firma del autor, al tiempo que incrementa los sentimientos y sensaciones que nos llegan. Y es que es increíble el cómo las imágenes dicen tanto y tan poco al mismo tiempo.

Como dice el poema de Lord Byron “¡Oh, cuánto te asemeja de la pasada dicha al pálido recuerdo, que del alma sólo hace ver la soledad umbría!” (Sol que triste vela, Lord Byron)

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