sábado, 24 de septiembre de 2011

Resistencia, pero sin aplausos al final

Avelino Sala.
Blockhouse. Sobre la construcción de un espacio de resistencia en tiempos de indolencia.
Galería Raquel Ponce. C/ Alameda 5, Madrid.

ANA MARTÍN GARCÍA

Se trata de obras con una gran fuerza simbólica que hay que, al menos, intentar entender. Es necesario empatizar. Y más aún cuando plasma un problema social.
Cuando se vive en primera persona se es más sensible. Pero sigue siendo una representación de la vida misma, de lo terriblemente real.

Es cierto que descoloca, nada más entrar, el ver un montón de libros lacados con spray negro, apilados unos encima de otros. Y fácilmente esto puede doler a cualquier amante de la literatura, que puede quedarse un rato detenido frente a ellos preguntándose qué tipo de libros habrá escogido para ennegrecer de tal manera y sobreponer su obra, despreciando a la de los elegidos (que no tiene por qué ser de menor importancia), ya silenciados.

Pero no se puede emitir un juicio de valor válido sin informarse del contexto. El momento histórico que rodea a cualquier obra es casi tan importante como ella misma. Es la única manera de entenderla.
Resulta terrible que donde estaban los astilleros que hacían sobrevivir a familias enteras ahora haya un espacio dedicado al ocio, donde podemos encontrar playas artificiales. ¿Qué se puede decir? Una lucha, un combate. Un reflejo de la resistencia, del dolor. Nada más y nada menos. Desprecio. ¿Quién se queda indiferente? Plasman momentos de agonía. Los obreros no solo tratan de defender su trabajo. Está en juego su dignidad, su historia, su vida. Difícil representación y transmisión. Un gran reto.

El arte enmudece las preguntas que nos invaden cuando nos posicionamos ante él. La obra es silenciosa. Debe transmitir. Es necesario que impacte. Dejar señal.
Lo que vemos ante nuestros ojos, con unas pocas palabras se hace de repente coherente, actual, directo. Refleja una parte de la vida. Simplemente eso. Cambia la imagen: Impresiona.

A mí no me resulta indiferente. Naturalmente, no soy insensible a los problemas humanos. La apatía es uno de los peores problemas de la humanidad.
Lo consigue. Transmite una guerra intelectual contra las fuerzas del poder.
Resistencia, pero sin aplausos al final. Otro problema social con un final firmado por la injusticia. Lástima. ¿Quién tiene el coraje de enfrentarse a ellos y eternizarlos de una manera diferente?

Así aparece la genial idea de (y con el respeto a los ya citados amantes de la literatura) la barricada, que toma vida propia, se hace física. Es el eje sobre el cual gira todo lo demás. Los libros lacados simbolizan la resistencia de un obrero que ya no es analfabeto, sino que resiste desde el punto opuesto; el intelectual, el verdaderamente importante. Fascinante.
Es la única forma de mantenerse en pie. La cultura da libertad. De la ignorancia salen los prejuicios y las posiciones extremas.
Asombroso el encontrar tras la barricada una simple cita, tan contundente, de un ya cada vez más infravalorado y olvidado latín: Sapere aude!
Curioso. Acude a Platón, a Erasmo; grandes hombres, que en su momento también lucharon por una verdad, libertad, contra la opresión y por la justicia.

Increíble, no hace falta acudir a la imaginación.
Avelino Sala hace arte de algo tan simple y terrible como es lo real; encontrar en las calles barricadas de neumáticos ardiendo era habitual; la presencia de los antidisturbios y los tirachinas de los obreros quedan plasmados hacia lo eterno en las acuarelas.
Irónico. Entre el ruido de la resistencia obrera quedan unos andamios silenciosos, ya sin esperanza, como los trabajadores y sus familias, impotentes al cierre de Naval Gijón.

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